Primero agradecer profundamente por la invitación a presentar este tan importante e imperdible libro, porque poder leerlo es un regalo, que sensibiliza el corazón, que narra dignidad y que está lleno de sabiduría. Pienso que, así como su portada, es un tejido que entreteje la palabra y experiencias de las mujeres mayas, haciendo frente a la sistemática eliminación de la historia, de los crímenes y terrorismo de Estado, la violencia y masacres de un ejército genocida, cuyo intento por borrar la historia sigue legitimando las violencias y abusos presentes, la naturalización de las desigualdades y la represión. Hace frente, a la invisibilización constante de la vida de las mujeres campesinas, las mujeres mayas y su estar en la historia. Ante este despojo del relato histórico, las mujeres narrando sus vidas, reivindican la memoria, ese territorio en disputa permanente, para lo que ellas comparten, “es nuestro derecho como pueblo sobreviviente que quede un relato de nuestra historia”. Hablar también de la continuidad tanto de represión como de lucha, desde el mirar, sentir y hacer de las mujeres mayas, haciendo un rescate de los dolores históricos al mismo tiempo que de la reivindicación y los cambios ganados, reconocer la dignidad de las mujeres y de todas las personas que lucharon. Un “No volver al pasado”, que al mismo tiempo que narra los horrores del genocidio, relata la manera en las que las mujeres hacen del tiempo de refugio una escuela, un despertar, esa capacidad de transformar el dolor en organización, aprendizaje y construir en donde cambia su imagen de ellas mismas, desde sus palabras, “ya no estamos ciegas”, “hoy la mujer habla, tiene el derecho a organizarse”, al cuestionar las relaciones de género en las familias y a nivel comunitario, las opresiones y condiciones de las mujeres previas al desplazamiento forzado, en donde como dicen, “las mujeres estaban sometidas al reglamento de los hombres. Ahora las mujeres tienen su propio reglamento y lo hombres tienen más claridad.”

Ejercer su derecho a narrar la historia, como se menciona, “dando sentido a sus experiencias de vida, para que no sean tapadas otra vez por el olvido y la marginación”, así como la importancia que tiene poner en el centro, ante todo momento histórico y resistencia, la pregunta ¿en dónde están las mujeres en la historia? ¿en dónde están las mujeres campesinas, las mujeres mayas en la historia?
Porque aparecen los múltiples espacios tanto de la lucha revolucionaria y la resistencia en la montaña, como en la lucha diaria, cotidiana por cambiar las condiciones de vida, como mujeres que viven y sufren las injusticias, pero que también se organizan y reconocen todos esos espacios que han construido, todos esos fogones que han cuidado.
Aparece el territorio casa, tantas veces invisibilizado, que las mujeres reconstruyen constantemente ante las diferentes situaciones de violencia tan profunda, en donde ellas hacen visible los espacios, prácticas y trabajos cotidianos de lucha por la vida digna. Aparece el fogón, la parcela, el café, la milpa, la hortaliza y los frutales, la crianza de animales, los solares, el corral de borregos, el pastorear, el cardamomo, el tule y los petates, los cántaros de barro, los tejidos, canastear, el requesón, el pan, las conservas, las tortillas, la venta de atol, el achiote fino. El territorio casa como un espacio también de resistencia, que sostiene la vida, y la lucha, su ser cuidadoras de vida, pero que cuestiona la imposición histórica a las mujeres para romper el aislamiento que supone, de romper las cuatro paredes y darle valor a sus aportes a la economía familiar, así como sus logros al acceso que tienen, antes prohibido, a la participación social, económica y política, “no queremos volver a lo de antes cuando estábamos encerradas en nuestra casa. Nos costó demasiado de levantarnos y de despertarnos”.
Aparece también el territorio tiempo, en donde las mujeres reconocen que antes no tenían derecho al descanso y que todo ese trabajo no estaba valorado, en donde la mujer es la primera en despertar y la última en dormir. “Cuando regresamos en Guatemala nuestros ojos, oídos y pensamientos estaban abiertos, veo que hay cambios”. El inicio de la corresponsabilidad en los cuidados, que, aunque es una lucha permanente y hace falta fortalecer, también hay algunos cambios en los hombres que ellas rescatan: “Los hombres sentían que tenían más valor que las mujeres. Los hombres eran machos y se comportaban como un gobierno (…) Ya no estamos dormidos, los dos estamos despiertos”.
Resaltar también la montaña, la resistencia, la lucha por la vida, en donde “el monte le defiende a uno”, en donde no andaban solas, hay trabajo colectivo y nuevos papeles de las mujeres, la posibilidad de decisión de ser médica o educadora o dar charlas de información política, en donde ellas expresan,
“Me di cuenta que seguramente somos iguales y en la información política decían que mujeres y hombres tenían los mismos derechos. Mujeres y hombres teníamos la misma valentía e igual el miedo”. Una enseñanza fundamental de afrontar el miedo juntas y juntos desde la organización palabra en ese tiempo prohibida, al igual que trabajo comunitario, y como dicen: Una sola leña no hace la llama.
Por otro lado, este libro muestra la importancia del rescate oral con tanto sentido, y significado profundo en el cómo se narra la vida, la sabiduría de las mujeres y la transmisión de esta “para levantar la vida”. Los cambios en la transmisión de conocimientos y solidaridad entre ellas, que sus hijas y las niñas tengan lo que ellas no tuvieron, que sepan lo que ellas no supieron y que a la vez sepan todo lo que ellas saben y lo que aprendieron en la resistencia y el refugio. Rompiendo con negaciones generacionales, como el crecer de las niñas sin conocer su cuerpo, los cambios que tiene, aprender sobre la menstruación, el embarazo, el parto, sobre el poder decidir cuántos hijos e hijas tener, con quien casarse, sus derechos sexuales y reproductivos, el recibir educación sexual que narran. Se muestran en este sentido, las triples luchas de las mujeres, que resaltan cómo su mirar, sentir y narrar colectivo profundiza, aclara y enriquece la historia.
Ellas narran la explotación y el sufrimiento en las fincas algodoneras, cafetaleras, azucareras, el trabajo duro, el alquiler de la tierra, el hambre, el trabajo doméstico en la ciudad, la vida de las niñeces en donde el tiempo para jugar no era parte de su rutina diaria. Narran las implicaciones en los cuerpos atravesados por la violencia, en la salud, las enfermedades, la tan presente y dolorosa muerte de las niñeces, las múltiples movilidades y migraciones, tanto por la pobreza y por buscar tierra fértil para vivir, como por el desplazamiento forzado por la violencia y masacres. Comparten los despojos múltiples a través del tiempo, el despojo de la tierra desde el inicio por los finqueros, el del cuerpo, la violencia sexual, tortura, el despojo de toda posibilidad de vida por el ejército genocida de un Estado al servicio del capital, dejando masacres y pueblos en llamas en donde en sus palabras, “no dejaron ni una semilla”. El seguir caminando en la oscuridad, el dolor inimaginable de ver a sus seres queridos sufrir y morir en el camino. La decisión de la huida, sobrevivir en la montaña, la lucha, la llegada a México como personas refugiadas, una nueva vida sin tierra, su reubicación a campamentos en Campeche y Quintana Roo conviviendo con diferentes etnias: cakchiqueles, chortices, ixiles, jacaltecos, kanjobales, mames, q’eqchíes, quichés y ladinos, en donde nace y crece toda una nueva generación de niñas y niños, su decisión y participación en el proceso de retorno y en la reconstrucción de la vida en las nuevas comunidades, su empezar de nuevo.
Aparece la importancia de la tierra fértil, y el derecho a ella, en la que se puede sembrar milpa, que da de todo, “que no es un medio lucrativo, sino es medio de vida” y que ya no sea del patrón. También, como mencionan, el sentimiento humano con la tierra, los montes que curan y las medicinas naturales, los montes para la planificación familiar, la celebración del día del maíz, las hortalizas y las semillas, la música, el baile, el traje, la cultura, como dicen: “todo esto va relacionado con el entorno porque ahora estamos directamente en nuestra tierra”. La dignidad vinculada con el habitar sus tierras y la centralidad de la milpa como indicador de una vida digna. La milpa siempre presente durante sus vidas, así como el sufrimiento ante la negación de poder sembrarla. La formación política en la montaña y desde el refugio en las organizaciones de mujeres, en donde aprenden el porqué de la lucha, de un levantamiento armado principalmente por la tierra,ante la desigualdad, discriminación, racismo en Guatemala, el acaparamiento de tierras y la explotación, de luchar por el derecho a la tierra, el derecho a ser campesinas y campesinos, a hacer milpa, a defender la vida, y que este sea el porqué, la verdad, y el, “motivo del ejército para matarnos (…) acabar con los pobres porque estábamos protestando contra los ricos”. Los soldados aparecen como una plaga devastadora.
La tierra nuevamente ante la decisión de volver a Guatemala, donde, aunque con miedo, “la tierra hace retornar”. La organización para un retorno colectivo con condiciones de dignidad y seguridad, cargar con semillas y plantas para sembrar, comparte una compañera, “teniendo que arrancar tus raíces de una tierra y ponerlos en otra. Con mucho valor y con ganas de vivir sabía enraizar la vida otra vez”. Los objetivos de la organización de mujeres y de participar en el retorno para exigir sus derechos ante el gobierno de Guatemala, rescatar la cultura, que no se perdiera el idioma de cada una, y defender los derechos de las mujeres.
Reconstruir la vida comunitaria entre diferentes etnias, pero con sufrimientos compartidos, los trabajos colectivos de las mujeres, con fracasos y conflictos inevitables, pero también con logros y avances, sus proyectos de pollos, cochinos, conejos, tejidos, cabras, apicultura. Ser comadronas, promotoras de salud, de educación, el trabajo de oficina, las cuentas, asumir cargos, responsabilidades, ser presidenta de la cooperativa, aún con muchos retos para las mujeres. Los nuevos solares en tierra propia en donde tienen sus naranjas, limas, mango, aguacate, plátanos, mandarina, piña, caña, cacao, café. La participación de las mujeres no solo en la comunidad, también a nivel nacional.
Escuchar/leer desde el vivenciar de las mujeres y las niñas, porque muchas eran niñas cuando vivieron todo esto, su apropiación, visualiza las cotidianidades múltiples, el viaje interminable y doloroso, las formas de reinventarse, su creatividad, su ejemplo, sus huellas y su sabiduría que alumbran el camino y que aportan también, desde las luchas actuales, la conciencia y la memoria histórica de que no se pueden repetir esas experiencias de violencia. La profundidad en su compartir lo que significa ser mujer que sobrevivió la guerra, que estuvo en la montaña, en el refugio, en el retorno, que reconoce el ejercicio del poder, y aún así entregar esperanza, esa esperanza como un territorio en permanente construcción colectiva y disputa, la conciencia de los derechos y conocimientos de las mujeres, de los derechos de las niñeces, y de lo que no se puede dejar de tener, como mencionan: el derecho de tener momentos de alegría, de participar, de ser escuchadas, de hablar con cualquiera sobre asuntos de trabajo, sobre la pobreza, sobre sus necesidades como mujeres, también sobre las hierbas y los consejos sobre otras cosas de la vida, como salir adelante.
La mezcla de rabia y esperanza al leer este libro, escucharlas mirarse, reconocer todo su trabajo, su resistencia, sus dolores compartidos, la posibilidad de entre ellas transformar sus vidas, sin dejar de nombrar todo lo que falta por hacer, así como la continuidad de opresiones, injusticias y el corazón lastimado que dejó la guerra. Todas las casas que han hecho, las milpas que han trabajado, las hortalizas y solares que han sembrado, todos los fuegos que han cuidado, que alumbran los lugares más adversos son una luz también para quienes las leemos, es la luz que este tejido de la palabra transmite, con el que me queda más claro que la esperanza, tan difícil de comprender, como la tierra, es de quien la trabaja.
Es una luz para exigir justica y reconocer la historia de las mujeres, esas historias robadas y negadas junto con la verdad sobre el genocidio en Guatemala. Para concientizar, no olvidar y para que esto no vuelva a pasar, al mismo modo que como mencionan, las niñeces sigan su camino, su ejemplo, sus huellas, conozcan su historia, y crezcan con mejores condiciones de presente. La manera en la que está plasmado muestra el compromiso, el cuidado y solidaridad al tejerlo, las fotos, los mapas, la explicación de palabras, transmiten la lucha por la vida. Leerlo prende también la rabia e indignación por tanta violencia continua y que nos guíe a no dejar de luchar, a honrar, como el libro, la memoria, la vida, y la palabra latente de las mujeres mayas y campesinas que deciden con valentía contar su historia, la historia y el lugar que ocupan en ella, construyéndola también. Cierro con este pasaje sobre el significado del retorno que se comparte:
“Haber retornado para nosotros significa recuperar la olla que se quebró́. Estábamos como en pedacitos, unos muertos, otros llegados a su destino, otros yendo de regreso y familiares de los cuales no sabemos que si están vivos o no. Antes estábamos como una olla entera, pero en el momento que se dio la destrucción del ser humano, la olla se rompió́ en pedacitos. Al final no éramos nada, solo un pedacito de una olla toda desarticulada. Ahora queremos remendar esta olla. Cuesta muchísimo, no es fácil y ha dejado muchas cicatrices, pero hacemos una nueva olla con un futuro nuevo y con una visión más justa.”