Presentación por Ria Menting

Presentación ‘No regresar al pasado’, 23 de septiembre de 2022 en Holanda

Muy buenas noches a todos aquí presentes.
Gracias que han llegado para la presentación de mi libro, ‘No regresar al pasado’, que da voz a las mujeres campesinas indígenas y no indígenas pobres de Guatemala.

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Conocí a las mujeres que aparecen en mi libro en 1989 en los campamentos de refugiados guatemaltecos en el sur de México. Eran campamentos con nombres como Quetzal Edzna, Maya Balam, Kuchumatán y Maya Tecún, recordando la procedencia y el anhelo de sus habitantes. Trabajé diez años en los campamentos y en las comunidades de refugiados retornadas en Guatemala, junto con mi compañero Jan, en una ONG, COMADEP.

En 1987 los refugiados se habían organizados para organizar y negociar su retorno a Guatemala. Un proceso muy particular siendo los mismos refugiados que negociaron su regreso a Guatemala con su propio gobierno. Cuando llegamos a trabajar en los campamentos la pregunta clave para todos los refugiados era: voy a retornar o me voy a quedar. ‘No se puede ser refugiado todo la vida’, decían, ‘un día tiene que terminar.’ Había que reintegrarse en Guatemala o arraigarse en la nueva patria México.


Aunque las mujeres habían asumido nuevos papeles durante la guerra, las mujeres en aquel tiempo apenas tenían acceso a la toma de decisiones y apenas tenían participación en las organizaciones comunitarios y en los movimientos para promover el retorno. Con apoyo de ONGs se empezaron procesos organizativos para que las mujeres tuvieran participación en el proceso del retorno.

Un día las mujeres me mostraron en el mapa de Guatemala y de México los lugares en que habían hecho una casa junto con su familia. Era un mínimo de siete casas y un sinfín de techos provisionales en muchos diferentes lugares. Apareció la imagen de migraciones por la pobreza, por el trabajo, por la fundación de nuevas cooperativas en el noroccidente y norte de Guatemala, por la guerra refugiándose en la montaña y luego en México y al final regresándose a Guatemala.

El libro empezó en el día cuando las mujeres de la Organización de mujeres Ixmucané me pidieron en 1998, poco antes de mi regreso a Holanda, que por favor les devolviera su historia, que por favor escribiera algo para que su ejemplo y sus huellas se quedaran como herencia para sus hijos. Era poco después que se había concluido el retorno a Guatemala, también tiempo para hacer el balance después de todo un ciclo de migraciones, que de por si no terminó aquí viendo la gente que después se fue al Norte, los EEUU y de regreso a México.

El título del libro no podía ser otro que ‘No regresar al pasado’. Era una expresión que se escuchaba mucho antes del retorno a Guatemala. Quería decir que las mujeres no querían regresar a la violencia, a la persecución, a la guerra, pero tampoco querían regresar a su posición marginada y aislada de antes, sin tener voz y voto en su familia y sus comunidades, sin tener acceso a la información y la educación y sin reconocimiento de su trabajo y producción como madres de familia y mujeres campesinas. Quería decir que ya no eran las mismas mujeres que vivían antes en sus lugares de origen en Guatemala. ‘Éramos ciegas’, decían, ‘pero ya no estamos ciegas’.
La participación de la mujer había significado un cambio en las relaciones en las familia y las comunidades, no iba sin roces y desacuerdos, pero el cambio era irreversible. Había surgido una nueva consciencia también apoyado por el acceso a la educación de todos los niños, aunque las niñas siempre con la doble tarea nunca faltando hacer trabajo en la casa. No todos los problemas estaban resueltos como por ejemplo después del retorno siempre faltaba claridad sobre la propiedad de la tierra, ¿pertenece solo al jefe de la familia o también a la jefa?


Regresé a Holanda con la tarea de las mujeres en mi mochila. Cumplir con la tarea era una gran oportunidad para saber más de las mujeres y de sus familias con quien había convivido diez años en el refugio y en Guatemala.
También era una gran oportunidad de dar voz a las mujeres campesinas pobres que tenían mucho que decir, pero muy pocas veces fueron escuchadas, apreciadas y valoradas. La interpretación de los hechos también pertenecía a estas mujeres y a todas las mujeres que representan. Vivieron en carne propia la persecución y el desarraigo. Escribiendo sus historias se iba a dar sentido a estas experiencias de vida y para que no sean tapadas otra vez por el olvido y la marginación.

Tenía que ser un libro de ellas, no sobre ellas. En el libro tendrían que resonar sus voces sin ser interrumpidas, interpretadas o analizadas. O como dijo la dirigente indígena María Teresa Aguilar: ‘es nuestro derecho como pueblo sobreviviente que se quede un relato de nuestra historia’.

¿Pero qué hacer ahora. Dónde empezar y cómo? Gracias a la familia de Jan conocí a Lou Keune. Me enseñó cómo hacer el libro en la tradición de la historia oral. Su libro ‘Sobrevivir en tiempo de guerra’, sobre la resistencia popular de campesinos salvadoreños, era mi ejemplo. Me mostró el método para construir el libro y quedó claro que la vida daría tenía que estar en el centro del libro. Hice una larga lista con capítulos, temas y subtemas que iba a servir para las entrevistas y luego para la codificación de las transcripciones, porque la idea era hacer una historia común y no presentar las entrevistas individuales.
Durante las entrevistas usé la lista como punto de referencia y no como lista de preguntas. Más empecé a preguntar dónde nacieron y la confianza y el deseo de las mujeres de contarme sobre su vida hizo lo demás.

Y aunque uno de los lideres de una de las comunidades retornadas don Miguel dijo que no era posible que las mujeres hablaran de la historia porque no sabían de las fechas y de los hechos, se hicieron las entrevistas.
‘¿Pero de quién es la historia, don Miguel. Quién puede decir, ‘la historia es mía’?’
Se dejo convencer con el argumento que la historia nunca podía ser propiedad privada de nadie, que la historia es un costal lleno de cuentos, perspectivos, contextos y que todos tienen el derecho de agregar lo suyo. Que esto es la verdadera historia de un pais, el conjunto de cuentos y perspectivas, también de mujeres campesinas indígenas pobres.

Con apoyo de mis colegas Seidy Sansores e Ixquix Duarte se hicieron 60 entrevistas de las cuales 47 aparecen en el libro. Transcribí las entrevistas literalmente para quedarme lo más cerca posible de la expresión y la forma de hablar de las mujeres. Luego la composición del libro y escribí los textos para ubicar y conectar los temas.

¿Pero, qué escuché captando las voces de las mujeres en los casetes entre los cantos de los gallos, el llanto de niños, el ladrido de los perros, la gran bulla de las motosierras y el gritazón de los saraguates?
Para dar una idea, lo siguiente:
Las mujeres empiezan a contar sus historias en los lugares donde nacieron. Lucrecia: la tierra que teníamos era pobre. Solo una vez al año daba maíz. Era tierra con muchos cerros, puro barranco, pura piedra. Apenas aguantábamos trabajar allí. Había veces que nos daba miedo que nos podiamos rodar para abajo. Pero teníamos que luchar porque nos llevaba nuestro papá. Trabajaba con machete y azadón.

Familias enteras trabajaban en las fincas en el sur del país porque la tierra que tenían no alcanzaba. Candelaria: Cuando tenía seis años mi papá me llevó a la costa. Me dijo que iba a ganar dinero y por eso me fui a ayudarle a cortar café. Trabajábamos desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche. Después comíamos. Dormíamos en una galera grande, todos amontonados. En las fincas había choleros. Choleros eran personas que mataban a gente y los comían. Siempre andaban cinco o seis choleros juntos. Por eso sentíamos miedo y siempre andábamos juntos. El patrón no había hecho letrinas. Por eso teníamos que ensuciar en el cafetal. Los niños nos poníamos en un circulo y en medio un niño cagando. La cosa era estar organizados.

Muchas niñas querían ir a la escuela. Lourdes: Cuando crecí quería ir a la escuela. Les pedí a mis papás que me entraran en la escuela, pero lo único que me ofrecieron era pastorear ovejas.

Las niñas crecen y se casan. Rosario: Era chiquita cuando me mandaron con un hombre. Tenía diez años. Mi papá no quería pero mi mamá le dijo, ‘ya está grande. Si no se casa luego, va a buscar un hombre solito. El hombre le va dar ropa, necesita vestirse. ¿Dónde vamos a conseguir dinero para esto? Cuesta tener un quetzal porque no puedes trabajar’. Mi papá estaba enfermo, todo hinchado, no miraba bien su camino y no había medicinas. ‘Bueno’, dijo mi papá, ‘qué vamos a hacer? Es cierto lo que estás diciendo, no puedo trabajar.’ Y así pasó.

En los años sesenta y setenta las familias escuchan que hay tierras en Ixcán y Petén en el noroccidente y norte del país. Se trasladan a las nuevas cooperativas y parcelamientos.
Esperanza: le dije a mi marido, ‘Aquí no tenemos tierra, hay solo potreros. Solo trabajamos para el patrón. No es como tener uno su maíz. Si lo vende, compra su ropa. Si tiene frijol, come frijol. En vez de comprar frijol, lo puede vender. Si vos querés que nos vayamos, nos vamos. Te sigo dondequiera.

Finales de los setenta e inicios de los ochenta llega la guerra, el conflicto armado interno, en las comunidades. Luisa: En la mañana dijeron los vecinos: ‘mejor matar el toro. Ya viene la guerra y todo se va quedar.’ A las diez de la mañana mataron el toro y porque era bastante gente costó repartirlo. Nuestra carne llegó a las tres de la tarde. Pusimos el fuego y a las cinco llegó la noticia. ‘Hay que salir ahora. Ya viene el ejército y van a quemar todas las casas. Ya vienen cerca del cardamomo.’ Mis hijos se adelantaron porque eran chiquitos. Dejé tiradas mis piedras y mis ollas abajito de la casa. Tenía bastante ropa nueva pero tenía puesta mi ropa vieja. No llevé nada, nada, solo una sabanita de mis hijitos. Regué el caldo y llevé la carne medio cocida con las tortillas encima. Se quedó todo. Solo nuestra vida llevamos. Salí de la casa corriendo sin cerrar la puerta.

Sigue un periodo muy doloroso sobreviviendo en la montaña antes de refugiarse a México.
Rosario: Bajo el agua de la lluvia nació mi hijito. Después de tres semanas murió en la montaña. No había comida y no tenía leche. Isabel: Que nos estaban persiguiendo, que nos querían matar, siendo niños no lo entendíamos. Jugábamos alegres y nos llamaban la atención: ‘no hagan bulla, no ven que nos van a matar.’

Ya no hay cómo seguir en la montaña. Los sobrevivientes salen a México. Araceli: a las cinco de la tarde llegamos a la frontera en la orilla del río Ixcán. Era un río grande, tremendo el río. Llegamos en un cafetal. Había Mexicanos que se organizaron y se solidarizaron con nosotros. Llevaron tortillas y nos dieron 15 costales de maíz.

Empezó la vida en el refugio en México de 1981/82 hasta 1998. Catalina: Cuando salí de la montaña llevé a 4 hijos y 1 hija. En México nuestros hijos fueron bien protegidos. Dos de mis hijos llegaron bien enfermos y desnutridos por tomar agua cruda y por no tener alimentación. Llegaron doctores y enfermeras y nos dieron ideas, ‘hay que proteger bien a sus hijos, hervir su agua, bañarles tres veces al día, asear bien sus alimentos, taparlos con pedazos de trapo y hay que dar suero a sus hijos.’

Por cuestiones de seguridad nacional el gobierno mexicano decidió en 1984 de reubicar a los refugiados a los Estados de Campeche y de Quintana Roo. Alicia: No quería ir porque en Benemérito se veían las montañas de Guatemala. Aunque no estábamos en aquel lado, solo verlas no sentíamos cerca. Olivia: Nos metieron en una lancha. Lloré amargamente. ‘Es la ultima vez que veo mi tierra.’ Por la tierra había ido al Ixcán, aunque mi papá no quiso que me fuera. Pero había buena tierra allí y se dieron buenos productos. Así me acordé en medio del río cuando lo marineros nos llevaron.

Diez años vivían en campamentos con un carácter urbano. Marta: Estábamos acostumbrados a tener las casa retiradas una de la otra. Pero por el miedo que iban a matar a uno, era mejor no estar tan retirados. Margarita: Me gustó vivir juntos en México. Era más alegre, todo estaba cerca, como la clínica y la escuela y facil podías visitar a una vecina, un familiar o un enfermo.

Había nuevas servicios y experiencias. Verónica: Había agua potable en cada casa. Nunca cargué agua de un arroyo. Ángela: Decían que todos los niños tenían que entrar en la escuela. Todos los niños se iban, no solo unos, ¡todos! No pagamos los lápices y los cuadernos. Todo fue regalado. Luisa: No entendía de dónde venían los niños. En México mi hija tuvo un libro en la escuela donde decía cómo la mujer se embarazaba y me lo explicó, que era por la semilla del hombre que las personas se formaban. No sabía esto, ¿quién sabe cómo era? Guadalupe: En México había cambios en la familia porque cuando estábamos en la aldea donde salimos nunca se escuchaba que había una reunión con las mujeres, nada. Cada quien es su casa mirando qué hacía y cómo pasaba la vida.

Las familias tienen que decidir, quedarse en México o retornar a Guatemala. Isabel: Era más mi papá que quería regresar. Mi mamá no. ‘No quiero regresar. Allá no tengo nada. ¿Qué voy a encontrar allá”, mi casa hecha ceniza. Puede pasar igual y volver la guerra.’ Candelaria: Mi esposo me dijo que iba a retornar. ‘Está bien’, le dije, ‘vamos para lograr un pedazo de tierra porque aquí no hay.’ Marta: Pensé lograr más tierra en Guatemala y por eso tuve que dejar las siembras que tenía. Siempre nos pasaba así, que teníamos que dejar nuestros esfuerzos. Era igual cuando salimos de Guatemala. Pero esta vez nos trajeron tranquilo en avión y llegamos bien.

Con grandes esfuerzos se construyen las nuevas comunidades. Para los adultos significaba regresar a su país y tener un pedazo de tierra. Para los jóvenes era como estar en el exilio.
Verónica: Mis papás estaban contentos. ‘Ya estamos en Guatemala. Esta tierra va ser de nosotros. Ahora sí podemos sembrar lo que queremos y esto nadie nos va a quitar.’ En cambio yo, solo pensaba en todo lo que se había quedado que era mío. No entendía cómo empezar una nueva vida.

Después de todo este ciclo migratorio las mujeres hacen la cuenta. María: Estábamos ciegas. Los esposos no nos dejaban salir y no había dónde ir. Había mucha pelea con el hombre. Si una niña de doce años no aceptaba si la venían a pedir, el papá la mandaba con el hombre. Aunque las chamacas no querían, obligadas tenían que ir y nada de escuela. Pero en México todo estaba tranquilo. Cuando uno quería casarse se ponían de acuerdo. Carmen: Retornar para nosotros significa recuperar la olla que se quebró. Estábamos como en pedacitos, unos muertos, otros llegados a su destino, otros yendo de regreso y familiares de las cuales no sabemos si están vivos o no. Queremos remendar la olla. Cuesta mucho porque ha dejado muchos cicatrices, pero hacemos una nueva olla con un futuro nuevo y con una visión más justa.

Y así el libro desde muy cerca sigue a las mujeres y ha juntado sus voces en una historia común. Es como un reconocimiento de quien es la mujer campesina y sirve de herencia para sus hijos y nietos.

Y por último: nada en este libro es inventado, así que nadie puede negar esta verdad.
O como dijo el escritor italiano Antonio Pennacchi: ‘Historias no son inventadas por escritores, revolotean en el viento buscando a alguien que los recoge. Nada más.’